Calor de aúpa, pegajoso, dulzón y sofocante. Estamos en tiempos de tormenta.
Nos moja la tristeza y el desasosiego con gotas de sudor y nos tiemblan
hasta las entrañas ante los relámpagos y los truenos que nos propina la
realidad tosca e inhumana de noticieros, de periódicos, de cada esquina, de cada calle, de cada villa, de cada casa.
Huele a vertedero de memoria y dignidad. Se amontonan las bolsas en las que
cada uno ha ido tirando a la basura algo de alegría, algo de solidaridad, algo
de fe, algo de si mismo.
La ola de calor bursátil nos ha dejado sin luz y sin agua corriente y ha
hecho que se pudra gran cantidad de alimento para el alma.
Las almas se han vuelto anoréxicas. Andan deambulando por las calles.
De vez en cuando, algunas se reúnen, se apoyan entre si y empuñando una
pancarta intentan asaltar el Reino del Calor Bursátil y la Torre en la que
habita la Prima de Don Riesgo, Grande
entre los Grandes y amo omnipotente del Reino del Miedo.
Los asaltos son casi siempre infructuosos.
Rechazado con grandes bolas de Indiferencia, el pueblo de almas hambrientas,
se retira para reunirse de nuevo, a la mañana siguiente, en algún acantilado. Allí, se dejan
alimentar por el sol con la luz del amanecer, se empapan con el frescor del rocío y se preparan para un nuevo día de lucha interminable.
¡Maldita guerra y maldita tormenta!
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