En su cuarto solitario,
sobre el trono de papel
se encuentra sentado él,
dictador y visionario.
En su mano aún reposa
una copa medio llena,
tres pitillos en la mesa
y una carta de condena.
Lento se escucha el tiempo
en los muebles carcomidos.
Rara vez, un raudo grito,
rompe el aire vencido.
La luna posada triste
sobre el pisapapeles,
por el escritorio lanza
luces y sombras crueles.
Él está allí, sentado
como en días de antaño,
cuando su tremenda ira
impartía tanto daño.
Nadie diría nunca
ante tan tranquila estampa
que el ser allí postrado
tejió tan burda trampa.
Ningún hombre se atrevía
a mirarle a los ojos.
Un mundo de encorvados,
transformados en despojos.
Y ahora, aquí, rendido
en la fría mano tiene
una copa medio llena
que nadie quiere que llene.
Sus pupilas ya no ven
ni futuro ni pasado.
El presente le robó
el suspiro ya cansado.
Oscuro descansa el cuerpo.
El alma se estremece
al ver la ciudad en armas,
guerra, hambre y pobreza.
Lento andar tiene su alma,
en pesadumbre envuelta,
se desliza entre los muebles
y se aleja por la puerta.
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