Marta caminaba por un sendero angosto. Llevaba andando
desde hacía ya siete años, siete meses y siete días. Sus pies estaban hechos de
plomo, barro y lluvia. El pelo revoloteaba tocando las paredes y se enredaba
en las ramas de los arbustos. Los hombros se habían hundido hacia el
pecho, dejando apenas entrever el escuálido cuello, fino y rígido, que
aguantaba la enorme cabeza con una encomiable. entereza. De repente,
a unos metros de distancia, vislumbró una esquina. Era la primera que
encontraba después de siete años, siete meses y siete días. Marta se derrumbó.
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