Me imagino un almacén lleno de trastos viejos, cerca de una estación de tren, en un pueblo diminuto, plomizo, vetusto. Yo, en medio del almacén, intentando poner orden entre las cajas de cartón marrón, reblandecidas por el tiempo y la humedad. Polvo por doquier. Un mar de polvo que desliza sus olas frágiles, acariciando las cajas, los papeles amarillentos, los espejos carcomidos por la soledad y el abandono. Un mar de olvido, que con cada gota, forma una red de átomos diminutos, entrelazados por las sombras. ...
... ¿Y la psicóloga dice que todo esto hay que limpiarlo en unas semanas?